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domingo, 12 de abril de 2020

La pandemia de la Gripe Española de 1918-19 que dejó En República Dominicana 1,654 fallecidas y 96,828 personas contagiadas

La evolución de esta epidemia quedó documentada en los informes del Departamento de Sanidad del Gobierno militar estadounidense que regía la República Dominicana entonces. Esos informes registran que en los primeros tres meses murieron algo más de mil personas.

Las primeras noticias acerca de la aparición de aquella plaga llegaron a Santo Domingo a principios de octubre de 1918 y fueron publicadas inmediatamente en los periódicos por las autoridades sanitarias que invitaban a la población a protegerse de la enfermedad.

En los Estados Unidos se difundió erróneamente la versión de que la epidemia se había originado en España y se le llamó “influenza española”. Los alemanes, por su parte, le llamaron “catarro súbito”, los japoneses “fiebre del luchador”, y los ingleses “gripe de Flandes”. En otras partes también se le llamaba “la fiebre de los tres días”.

En realidad, la epidemia hizo su aparición inicial en los cuarteles militares de los Estados Unidos durante la primavera de 1918. Las tropas norteamericanas que cruzaron el Atlántico durante el verano de ese año la difundieron por los campos de Francia y de allí pasó a los territorios controlados por los alemanes.

Desde Francia cruzó los Pirineos y se adentró por toda España. Como España no estaba en guerra y no tenía censura militar, las noticias acerca de la dimensión de la epidemia se difundieron allí más rápidamente que en los demás países, y por ello muchos le llamaron “influenza española”.

Este fue también el nombre que utilizaron las autoridades sanitarias de Santo Domingo, el 9 de octubre, para anunciar la aparición de un brote de influenza en los Estados Unidos al comenzar el otoño de ese año.

En realidad, se trataba de una pandemia que tenía más de cuatro meses azotando el mundo entero y que se difundía tanto por vía terrestre como marítima.


Al evaluar sus efectos en otras partes del planeta, los expertos en salud pública descubrieron más tarde que la “influenza española” mató no menos de 22 millones de personas en todo el mundo, de los cuales 12 millones murieron en la India y más de medio millón en los Estados Unidos. Estudios recientes sugieren que las cifras son mucho más altas.

En varias islas del Pacífico la influenza hizo desaparecer más del 20 por ciento de la población. En Europa la mortandad fue casi igualmente catastrófica debido al hacinamiento de personas en las ciudades y a las pésimas condiciones sanitarias creadas por la Primera Guerra Mundial.

En Santo Domingo la epidemia fue esperada con temor durante varias semanas pues los cables telegráficos daban frecuentes noticias del avance de la enfermedad. El jueves 31 de octubre el gobierno reportó la ocurrencia de 4,000 casos en Camagüey, Cuba, y alertó a la ciudadanía a tomar precauciones.

La influenza, finalmente, llegó al país por barco a Barahona a mediados de noviembre y, de inmediato, las autoridades decretaron una cuarentena en los principales puertos del país. Inicialmente se pensó que había llegado desde Haití, en donde se reportó un brote casi simultáneo con el de Camagüey.

Por ello el Gobierno impuso también una cuarentena terrestre y marítima entre Haití y la República Dominicana y prohibió el tráfico por la frontera a partir del día 12 de ese mes. Esa cuarentena incluyó a los barcos procedentes de Barahona y Azua. Al arribar a otros puntos del país procedentes de esos dos puertos sureños, los barcos debían mantenerse a 200 metros de la costa durante siete días.

El día 28 de noviembre la cuarentena fue extendida a todos los buques provenientes del extranjero. Las autoridades fueron tajantes: “El médico de cuarentena no aceptará las manifestaciones de ninguna persona de abordo en cuanto a su estado de salud, sino que practicará el examen personalmente”.

“En caso de que alguna persona a bordo presente síntomas de influenza o gripe o neumonía, el buque será puesto en rigurosa cuarentena y no se permitirá a ninguna persona abandonar el buque sino como se dispone en este reglamento”.

A pesar de esas medidas, la epidemia se difundió rápidamente. Para evitar lo peor, el 14 de diciembre las autoridades sanitarias prohibieron las reuniones públicas en teatros, casinos, clubes, centros de recreo y otros establecimientos análogos, en los cuales quedaron “suprimidos los bailes y todos los espectáculos y fiestas públicas”.

También fueron clausuradas todas las escuelas públicas y se prohibieron las reuniones y velorios en las casas de los fallecidos a causa de la influenza. “Los cadáveres de los fallecidos por influenza serán puestos en sus ataúdes inmediatamente y enterrados a la brevedad posible”. Las Instrucciones preventivas fueron desoídas por la población

En el referido boletín informativo de la Oficina Superior de Sanidad, el gobierno militar, tal vez evitando provocar el pánico entre la población, observó que la enfermedad que estaba afectando a varios países de la región del Caribe, no tenía esencialmente carácter grave, pero aclaraba que sus “complicaciones sobre todo la pulmonía secundaria, revestía carácter gravísimo de consecuencia regularmente fatales”, y que la misma se podía confundir con la gripe benigna a alguna otra afección bronquial, recomendando “a todos los habitantes de la Republica que acudan al médico desde que sientan los primeros síntomas de catarro con dolores de cabeza y en las articulaciones: igualmente” que aíslen cuanto puedan los casos que se les presenten, ya por indicación del médico ya por el propio interés personal y familiar”. Sin embargo, los habitantes de la ciudad de Santo Domingo no prestaron atención a las informaciones preventivas y continuaron inmersos en los preparativos de la celebración del fin de la Guerra Mundial y de las fiestas navideñas.


Recomendaciones para evitar contraer la enfermedad



Las autoridades de salud, bajo dependencia del gobierno militar americano, recomendaron un conjunto de medidas preventivas para evitar la Influenza, entre ellas:

Evitar el contacto con otras personas hasta donde sea posible; evadir las reuniones en el interior de los edificios, y en los vehículos, así como en las reuniones en los sitios públicos. Evitar contactos con personas refriadas; dormir y trabajar al aire libre; conservar las manos limpias y separadas de la boca; no expectorar o toser en sitios públicos; no visitar a personas enfermas; alimentarse bien y evitar tomar bebidas alcohólicas. También, cubrirse boca y nariz con pañuelos al momento de toser; conservar los pies secos y sin humead; no reunirse ni besar a nadie; mantener debidamente higienizados los utensilios usados para comer, y lavar las ropas de cama, copas y platos.

Por igual, se exhortó a que todo el que tuviera Influenza debía estar recogido en su cama y al cuidado de los médicos, permaneciendo acostado durante tres días después de haber desaparecido la fiebre. El enfermo no debía estornudar ni toser sin hacer uso de la precaución indicada.

En cuanto a las complicaciones de salud que podría ocasionar la enfermedad, se informó que la más grave era la neumonía, y se aclaraba en el sentido de que las “consecuencias de la Influenza son mucho peores que la influenza misma”. El boletín epidemiológico del gobierno militar extranjero, terminaba llamando a la población a “no alarmarse, pero es necesario protegerse y cuando cualquier persona que se encuentre amenazada por la enfermedad de la misma crea que deber solicitar la protección, la Oficina Superior de Sanidad puede hacerlo en la seguridad de ser inmediatamente atendida”

Para esa fecha del 11 de noviembre, se emitió una información que fue publicada en la prensa el día 13, de que a pesar de haberse tomado las medidas correspondientes recomendadas para estos casos, y que “a pesar de las medidas cuarentarias que se han adoptado entre la Republica Dominicana y otros países en los cuales existe dicha epidemia, sobre todo contra Puerto Rico, Haití, Cuba y la Provincia de Azua”, se seguía insistiendo, llamando a la población a tomar extremas medidas, y se recomendaba, para el caso de sospecha de tener la enfermedad, que se tomara un medicamento llamando quinina, purgantes y aspirinas para la fiebre. Además, se hizo la salvedad, de que la enfermedad era extremadamente contagiosa y era “imposible evitar su diseminación sin el concurso de cooperación de todos”; pero la población, incluyendo las autoridades civiles no parecieron poner atención a las recomendaciones de la Oficina de Sanidad..


La influenza avanzando y la gente festejando



El 11 de noviembre de 1918 finalizó la Primera Guerra Mundial. Desde principios de diciembre la gente no daba créditos a las informaciones que se iban publicando; todos estaban concentrados en los preparativos de los bailes, juegos populares y hasta un desfile de carnaval en el que se concentrarían grandes cantidades de personas. Por ejemplo, el día 10 de diciembre el Gobernador Civil de la Provincia de Santo Domingo hizo una alocución publicada en los periódicos, que fue reproducida en primera página del Listín, invitando a los festejos.

El editorial del mismo periódico del día 12, trajo de título “La ciudad en fiesta” y en otra parte del mismo diario la nota con las crónicas de los festejos: “Los grandioso acontecimiento dela paz mundial”. La celebración continuó los días 15 y 16 de diciembre con concursos de nataciones y regatas en el rio Ozama, competencia de palos “encebao”, juegos acuáticos, fuegos artificiales en la ciudad y una “gran verbena popular”. Además, se realizó un gran desfile estudiantil (El desfile de la paz), y en los parques en horas de la noche, las tradicionales retretas. Por último, la concentración de unas 6 mil personas en el Parque Independencia.

Desde el 15 de diciembre la Influenza avanzó sin control. Cientos de enfermos se conocieron en Azua y Barahona desde finales de octubre, y los primeros dos casos en la ciudad Capital se presentaron en la Avenida Capotillo (hoy avenida Mella), en las personas de Altagracia Acevedo y su hermano Francisco Acevedo. Ambos fueron trasladados de inmediato, el 8 de noviembre, al Hospital Militar. Para esa misma fecha, en Azua se detectaron unos 600 afectados y el mal avanzaba sin control sobre la población de las comunidades cercanas. La capital bajo las garras de la Influenza

La enfermedad había entrado por la frontera con Haití en noviembre y los fallecidos en Barahona y Azua comenzaron a contarse por cientos, mientras que desde el día 8 de diciembre se informaba de las muertes de los primeros dos “capitaleños” residentes en la calle Capotillo. Entre los días 24 y 25 de diciembre, en plena fecha navideña, fallecieron 27 personas y el día 30 la prensa trajo la dolorosa noticia de la muerte del poeta Apolinar Perdomo. También en ese día se reportó el fallecimiento de otras 14 personas y el 2 de enero de 1919, otros 16. Poco a poco la cantidad de fallecidos fue aumentando y la epidemia expandiéndose a ciudades y campos del país. Pero lo peor no había pasado.

Decenas de miles de personas enfermaron en todo el país. En noviembre, la epidemia estaba todavía limitada a Azua y Barahona, en donde enfermaron 827 personas y murieron 20. En diciembre, esos casos se sumaron a los de Montecristi, Puerto Plata, Santiago, La Vega, Santo Domingo y San Pedro de Macorís y todos juntos ascendieron a 18,936, con 331 defunciones.

En enero de 1919, los casos registrados aumentaron a 33,589 en todo el país, y las muertes a 696. Además de las poblaciones mencionadas, la epidemia se extendió también a Moca, San Francisco de Macorís, Samaná y el Seibo, así como a todos los campos y pueblos secundarios de esas y las demás provincias. En esos tres primeros meses, la influenza afectó por lo menos a 53,352 personas y produjo 1,047 defunciones.

Al reportar los efectos de la epidemia, el boletín oficial del Departamento de Salud Pública advertía cautamente que “estos datos son aproximados y se dan con la reserva del caso, debido a las muchas dificultades que se presentan para obtener datos precisos”.

Había clara conciencia entre los médicos de que la influenza era una forma de gripe asociada con los brotes anuales de gripe, incluyendo con la gran epidemia de 1889-90.

Los médicos, sin embargo, no sabían que el germen causante de la influenza era un virus y trataban de prevenirla con medidas destinadas a eliminar un bacilo llamado Influenzae bacillus, considerado erróneamente como responsable de la enfermedad.

Para entonces ya existía la aspirina y las autoridades sanitarias recomendaron su uso para bajar las fiebres y calmar los dolores. Este medicamento debía ser combinado con tratamientos tradicionales como los purgantes de Calomer, y el uso de enemas de bicarbonato de soda y agua de menta o de citrato de potasa.

La noción clínica más extendida era que la influenza de por sí no mataba, a menos que la enfermedad degenerara en neumonía, y por ello se recomendaban gárgaras con una solución antiséptica de quinina o bicloruro de mercurio. Para la tos se recetaba tomar una solución de carbonato de amoníaco cada dos horas.

Conociendo que el mal se trasmitía desde boca y nariz a las vías respiratorias, las autoridades sanitarias recomendaron el uso de mascarillas de gasa y tela de algodón al tratar o visitar a los enfermos. Mucha gente utilizaba las mascarillas para salir a la calle, y algunas personas rellenaban las suyas con cristales de alcanfor o con dientes de ajo.

Es probable que las mascarillas hayan protegido a algunas personas, pero dado que el virus de la influenza es filtrable, muchas se contagiaron de todas maneras y la epidemia siguió avanzando.

Ante el avance de la epidemia, las autoridades extendieron el alcance de las medidas precautorias el 24 de diciembre de 1918 ratificando la cuarentena interprovincial, prohibiendo “todas las reuniones públicas de cualquier clase”, cerrando todas las iglesias “hasta segunda orden”, y anunciando que “todas las reuniones del pueblo en parques, calles y en cualquier otro sitio, serán dispersadas todo cuanto sea posible por las autoridades correspondientes”.

Con todo, la epidemia siguió su curso extendiéndose de pueblo en pueblo. A mediados de febrero, las enfermedades y las muertes se concentraban en el Cibao central.

Entre los días 16 y 22 de ese mes, el poblado de Castillo tuvo 600 enfermos y 62 muertos; San Francisco de Macorís, 469 enfermos; Salcedo 96 enfermos y 19 muertos; y La Vega, 268 enfermos y 9 muertos. Más al oeste, ya en las montañas, Jánico tuvo durante esa misma semana 564 enfermos y 7 muertos.

Para octubre de 1919, cuando las autoridades consideraron terminada la epidemia, dijeron haber registrado unas 96,828 personas contagiadas y 1,654 fallecidas.

Según esas cifras, en comparación con otras partes del mundo, la República Dominicana salió bien parada de la pandemia, en parte por las medidas adoptadas por el Gobierno y en parte por la dispersión de la población, que entonces era mayoritariamente rural. En los campos la influenza hizo menos daño que en los pueblos.

La letalidad global de la epidemia en la República dominicana fue menor del 2 por ciento de los contagios registrados.

Tomado de:

Diario Libre

Acento Alejandro Paulino Ramos


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