Ataque al Hotel Matum
Escrito por: ÁNGELA PEÑA
“Yo iba atormentado camino a Santiago. Tenía un mal presentimiento. Pensaba que debíamos llevar alguna artillería o bazooka. Temía un ataque sorpresa a las fuerzas constitucionalistas”. José Urbano Rodríguez Castillo, llamado también “Osvaldo” y “Castillito”, cadete de abril que se rebeló contra el CEFA y abandonó San Isidro, hace la declaración al recordar el trayecto del luctuoso 19 de diciembre de 1965, cuando su comandante, el coronel José María Lora Fernández, cayó mortalmente herido intentado con valor neutralizar los embates de un tanque del Ejército.
Lora sabía que el cadete era guapo, “tremendista, dispuesto a todo”. Antes de integrarse a la guerra se había lanzado desde un camión para evitar ser apresado en la capital. Después, junto a su hermano Felvio, dirigente de “Fragua”, fue a pelear a Ciudad Nueva cuando “ya el CEFA estaba entrando por la parte alta”. Lora Fernández, Jefe de Estado Mayor del Ejército Constitucionalista, lo designó su ayudante personal.
La tragedia
José Urbano, nacido el 25 de mayo de 1944 en La Vega, recuerda cada detalle del asalto al hotel Matum desde las cuatro de la madrugada cuando Lora Fernández, el sargento Liriano Peña y él, se levantaron y salieron para Santiago a escuchar una misa por el alma de Rafael Fernández Domínguez en cuyo panteón depositarían una corona de flores. Luego desayunarían en el Matum.
Lora conducía un “Pontiac” de la caravana en la que iba, entre otros, el coronel Caamaño, que ya había entregado el Gobierno a Héctor García Godoy. “Las negociaciones que se habían firmado fueron turbulentas, presionados por Bunker, Imbert Barreras, Mayobre y otros delegados internacionales. Yo era experto en bazooka y dije a mi comandante que lleváramos por si se producía un ataque, me dijo que no”, refiere.
Llegaron a la Catedral a las 7 AM y al concluir la Eucaristía se dirigieron al camposanto. En “Castillito” persistía la corazonada, por eso “mantuve mi fusil sobao y en primer tiempo”. Mientras Caamaño hablaba en la tumba de Fernández Domínguez, “dispararon desde un edificio” interrumpiendo la ceremonia. “Salió un grupo a perseguir al que disparó pero sólo localizaron el fusil, un Fal”.
“Osvaldo” permanecía vigilando al coronel Lora a quien cayó encima una persona provocándole un golpe en la cabeza “que lo dejó aturdido. Me puse en posición de disparo pero él llegó y nos dirigimos al Matum. Se pensó que ese disparo fue un incidente o una provocación a ver si nos dispersábamos para ellos entrar con las tropas. Pero no fue así”.
El asalto
Apenas diez minutos en el Matum, ya preparados para desayunar “llegaron 11 ráfagas de ametralladoras y tiros de fusiles que hicieron impacto en el hotel. Estábamos en un pasillo y todo el mundo gritó: “¡Vamos al segundo piso!”, cuenta el cadete retirado.
Montes Arache y la gente de Caamaño, narra, salieron a buscar fusiles a los carros, “yo no, estaba con el mío. Cuando subimos el coronel me ordenó que se lo entregara, era un G-3 de cañón largo, con dos patitas. Se lo devolví con 10 cartuchos de repuesto y me quedé con el revólver “Enriquillo”, me tiré de barriga en el pasillo pero advirtiéndole que el tanque del Ejército estaba apuntando hacia esa dirección”.
Todos, añade, le decían que se retirara, pero él seguía intentando darle en el cañón o al control del tanque para neutralizarlo. No le dio. “Estaba agachado, con la rodilla en el piso, y cuando se paró lo hizo inclinado y no raneando, parece que todavía estaba atontado por el golpe y ahí mismo hicieron dos disparos: uno impactó arriba y el otro atravesó dos paredes del hotel y lo alcanzó a él perforándole el fusil y parte del corazón. Murió al instante, sin decir nada”.
“Liriano resultó herido en un brazo. Peñita, escolta de Montes Arache, murió en combate afuera. De los nuestros murieron dos, de ellos 90 y tantos, y no fueron más porque Caamaño ordenó que no tiraran por detrás a un pelotón que salió desde un camión”.
Ver a su comandante sin vida le puso triste, “me salieron lágrimas pero debí tirarme de nuevo de barriga pues un tanque estaba penetrando por atrás. A un sargento hombre rana, Aníbal López, Montes Arache le entregó un lanzallamas y neutralizó la aguja de percusión del tanque, que no pudo disparar. Era lo que trataba de hacer Lora, pero a mucha distancia”, explica.
Sobrevino una calma “pero a las dos de la tarde dispararon de nuevo y nos voceaban que nos entregáramos. Los disparos cesaron porque Caamaño dijo que en el hotel estaban varios vicecónsules americanos”. A las cuatro PM, con la llegada de la Fuerza Interamericana de Paz, se negoció con Caamaño, se ordenó el alto al fuego y comenzaron a llegar helicópteros para transportarlos hacia Santo Domingo.
Hoy, José Urbano, hijo de Ángel Esteban Rodríguez y María Teodora Castillo define el asalto al Matum como “un hecho trágico, salvaje. Volvimos 40 años después para celebrar el acto que no se pudo concluir en 1965”.
Lora “era un hombre de gran capacidad militar, sereno pero decidido. Fue de los estrategas de Caamaño por la defensa de la ciudad ante los ataques de los invasores”, dijo.
Piensa que no murió entonces “porque él me ordenó que le entregara el fusil, yo estaba en la posición donde lo mataron pero me retiré arrastrándome en medio del tiroteo, sólo me alcanzó un pedazo de concreto en la rodilla derecha. No era mi día”. El ataque ocurrió, significa, “porque no fuimos lo suficientemente cautos con el yanqui invasor”.
Confiesa que rememora aquellos acontecimientos con gran pesar pero vuelve a la realidad razonando: “La guerra tiene eso como consecuencia, unos mueren, otros no”.
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