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jueves, 28 de febrero de 2013

Dionisio Mejía "Guandulito", gloria del merengue Típico




Nació el 23 de marzo de 1911, en la La Güizara, Higüey.

Su nombre real era Dionisio Mejía, pero se le agregó el pegajoso apodo de Guandulito por que tenía los ojos verdes, "como do grano'e guandule", conforme con lo que una vez contó en etrevista radial el mismo acordeonista. Su mamá se llamaba Adelina Mejía.

A los siete años Guandulito pasó a vivir en La Romana, junto a un tío suyo que se llamaba Andrés Mejía. El tío Andrés tocaba acordeón y en ese intrumento aprendió Guandulito.
Cuando tenía 13 años tocó una fiesta entera en un campo de La Romana. Siguió con su música por el Este.

A los 20 años decidió venir a probar suerte en la Capital. Aqui encontró oportunidades de ganarse la vida porque también reparaba acordeones, cosa que aprendió con un viejo artesano higüeyano que se llamaba Severo.

En entrevista que le hiciera el periodista Hugo Antonio Ysalguez, resumen de la cual fue publicada en el número 630, del 8 de diciembre de 1975, de la revista Ahora, Guandulito aporta datos importantes sobre su propia biografía.

Según esa publicación, la primera grabación de este acordeonista, cantante y compositor, fue para el empresario Bartolo Primero. En 1958 Mejía entró en relación con el señor Radhamés Aracena, propietario de un sello disquero y de la emisora Radio Guarachita, que salió al aire en 1964. La recompensa era insignificante: Radhamés me pagaba 35 pesos por cuatro merengues míos, dijo Guandulito a Ysalguez.

Fue a los finales del gobierno de Trujillo cuando más renombre y popularidad alcanzó Guandulito. Como todos los grandes músicos típicos de ese tiempo, Mejía tocó y cantó merengues de alabanzas a Trujillo y su dictadura. Todos lo hicieron, pero pocos fueron tan empalagosos como lo fue Guandulito.

Cualquier cosa del gobierno era motivo suficiente para que ese hábil músico y fértil compositor se inspirara. Las alabanzas a la guardia, la Policía, los centrales azucareros, la política del gobierno, la persona del tirano, eran motivos constantes de las creaciones y la música de Guandulito, con la circunstancia de que por la forma directa y graciosa en que lo hacía, el mensaje resultaba sumamente efectivo.

Dijo Guandulito en la entrevista ya citada que hacía todo eso "para defenderme", porque, según aseguró, Trujillo le regalaría una casa. Pero tuvo tan mala suerte que cuando llegó la orden de que se la entregaran, casi enseguida mataron a Trujillo y Guandulito se quedó sin casa.

A pesar de ese aspecto negativo de su labor; que fue común a todos los merengueros de todos los ambientes en el régimen trujillista, había en la actuación de Guandulito una extraordinaria calidad. Sin la formalidad de otras, la música de Guandulito se caracterizaba por la buena digitación, estilo muy personal, que hacían de esa música y el canto de este artista algo inconfundible e inimitable.

Creativo, ingenioso, Guandulito introducía cuentos y comentarios graciosos en el desarrollo de sus merengues, y las letras de sus composiciones estaban también amenizadas con ese toque de flexibilidad y espíritu creador que llevó en el alma ese singular personaje del folclor nativo.

Ganó público y fama desde que se le escuchó por la radio, que para finales de los años cincuenta, era el medio de comunicación por excelencia para llegar a la mayoría.
Cuando cayó Trujillo, empeoró la suerte del popular merenguero. A él más que a cualquier otro músico de aires típicos se le hizo blanco del repudio de las mismas masas que antes habían aplaudido y bailado con delirio las interpretaciones de Guandulito.

Por cantarle a Trujillo me rompieron varios acordiones y me dieron un palo en la cabeza, contó Mejía en la referida entrevista.

Varios años después, Guandulito recuperó su espacio, y lo hizo a fuerza de calidad y de talento. Un talento asombroso por lo fresco y espontáneo. Volvieron a sonar sus grabaciones, surgieron creaciones nuevas, casi todas suyas, con el sazón de un acordeón hábilmente manejado y con una gracia en el canto que conquistó de nuevo la aceptación de mucho público.

El Cuento de la Guinea, el de Las dos Garzas, La Cariñosa, El Rebú, El Pájaro del Agua, Aores Escondidos, En los Guandules te Espero, y otros números vinieron a sumarse a viejas interpretaciones como Jovinita, dedicada a su mujer Jovina Rivalde, y que fueron parte de una producción que, al decir de Guandulito, alcanzó ocho discos de larga duración y trescientos sencillos.

No obstante, el resurgir de Guandulito fue muy pasajero. La competencia se hacía fuerte, porque habían salido al ruedo nuevos intérpretes como Tatico Henríquez, Bartolo Alvarado y Paquito Bonilla; y lo que a guandulito le dejaban de beneficio las grabaciones, resultaba cada vez más insuficiente en un medio en el cual la vida se iba encareciendo vertiginosamente. Además, con los años, vinieron los inevitables achaques de salud.

La feroz comercialización del arte popular sacó de competencia a Guandulito, y como viejo león expulsado de la manada, el artista fue a dar a una maltrecha pieza de un patio de la calle Alonzo de Espinosa, en la parte alta de la Capital. Allí vivía en condiciones deplorables, con sus diez hijos y su idolatrada y muy cantada Jovinita.

La estrecha habitación en que vivían costaba diez pesos apenas de alquiler, pero ni siquiera para pagar esos diez pesos aparecía. Usted no sabe como vivo yo, dijo Guandulito a la revista Ahora. Los hijos míos tienen que dormir en las casas de los vecinos... El gobierno me daba una pensión de 150 pesos, pero hace casi un año me bajaron 50 pesos y ahora sólo recibo cien, contó con amargura. Esa suma no me alcanza para nada. Para poder comer tengo que empeñar mi acordeón y las ropas que usa mi mujer y yo. Mi acordeón no sale de la compraventa, dijo Guandulito en la parte más desgarradora de su relato.

Mire, siguió diciendo, cuando yo estoy solo y me pongo a pensar en estos problemas parezco un niño llorando. No hay un día que deje de llorar porque no puedo hacer otra cosa que llorar mis penas... Ningún músico ni amigo me visita... En parte yo vivo así porque algunos empresarios dominicanos no me pagaron lo que valía mi trabajo, recalcó con tristeza el viejo Dionisio Mejía y citó con nombre propio a algunos personajes.

No cabían dudas, la vida se le iba a Guandulito y para los finales de la década de los setenta, fue a dar con sus achaques y dolores a un mal equipado hospital público. Un día cualquiera se fue del mundo sin oficios ni ceremonias pomposas uno de las más originales y ricas representaciones del folclor y el arte nacional.

Al morir Guandulito, el reconocido empresario Rafael Corporán de los Santos, y el merenguero Joseíto Mateo acudieron al sepelio de su amigo, decidieron comprar un ataúd adecuado y meter junto al despojo del difunto el último acordeón de Guandulito. El propio señor Corporán relató al autor, que fue preciso pagar el correspondiente rescate, porque una vez más el acordeón del pobre Guandulito estaba empeñado en una compraventa.

Guandulito se fue a la tumba y casi al olvido, la sociedad siguió precipitándose por el abismo sin fin del consumismo; y del desaparecido merenguero queda apenas el recuerdo vago en muchos viejos amantes del merengue típico. Quedan también las grabaciones que aún siguen dando provecho a los que siempre se han beneficiado del arte ajeno; y queda como tesoro ignorado por la indiferencia estatal, una gerencia cultural que espera por que manos diligentes y conciencias justas la recuperen y, junto al nombre de Dionisio Mejía, Guandulito, la incorporen muy merecidamente en el lugar que le toca en la memoria colectiva y el patrimonio cultural de una nación que ahora más que nunca precisa de la preservación de sus tradiciones y valores. 


tomado de: http://desdelaromana.blogspot.com
: La voz Diaria Adalgisa Germoso







2 comentarios:

  1. Que tristeza Dios mio murió pobre y sin poder realizarse

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  2. Sumamente triste esta historia, por casualidad he descubierto su música y me parece de una autenticidad sorprendente, merece que en algún momento se le haga justicia a un artista de semejante calidad.

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